jueves, 4 de diciembre de 2008

TRUCO






Son los últimos puntos del último partido. Ya no hay sol, sólo una luz que hace picar los ojos. Tiraron reyes de mañana, con el sol rebotando contra el parabrisas de la camioneta. Lo sintieron desplazarse a sus espaldas, sobre sus cabezas, como el murmullo de otro insecto, un sol de palo que los salpicó a través de las hojas de eucalipto antes de desaparecer. Sentados los cuatro en cruz a una mesa portátil. De un lado el río verde, traficando islas de junco. Más cerca, las brasas rotas, que viran a ceniza, y un infaltable par de perros.
Cada tanto una ráfaga, cantada en la copa de esos árboles, amenaza cartas, vasos de plástico y cigarrillos, te arremolina el pelo. Un cascote asegura el mazo contra la mesa.
El que gana ese gana todos. Rubén y Berto, velados por las señas, se sonríen, seguros. Milo mezcló, reparte. El revés de las cartas es de rombos azules y blancos, bordeado por un filete de plata. En ese borde, ya opaco por las manos o carcomido, se reflejan los jugadores. De golpe la imagen angosta de esos espejos se transforma. Reflejan caras que no son las de ustedes. Una atrás de otra, cada vez más rápido, ruedan desbocadas caras nuevas, desconocidas, sos abruptamente Anibal, Richard, Mario. Kaminski y Nelson, a su vez, Benjamín y Moretti, Martinez y Julián, Severo, Toti, Chiche. El flaco es gordo, el viejo joven moribundo. Surgen o se eliminan barbas, lunares, sombreros, medallas, cicatrices, lentes. Pero todo esto en un borde, en una franja fina, borrosa, imperceptible.
Van veintiocho iguales. Aldo y Sami contra Camilo y Juan. Da el Chino. A medida que levantan las cartas Carlos, David, Cubeiro, Pedro, Omar, Manuel, Marcio, Menendes, Beralli, Clemente, MV, Leo. Las orejean sonriéndoles como a antigüas malas amigas. Se corren con cuatros.
Veintinueve a veintinueve. Parda la primera. Quique y Jonás juegan tapado, los imagino depositando sus cartas con mano húmeda, temblorosa, y que entonces Valdivieso desliza el uno de espadas, lo deja resbalar buscando el aplauso de su compañero que a esa altura es Menini, Patricio, Lolo, Ernest. Pero a su derecha vos, vencido por la emoción, sin verlo, ya levantás también tu uno de espadas y lo hacés restallar contra la mesa con un grito agonizante.
Más tarde está oscuro. En el piso se amontonan platos grabados a la grasa fría, fuentes. El cascote que sellaba el mazó cayó y el viento da vuelta las cartas, todos unos de espadas que se desparraman revoloteando. Algunas van a frenarse en el tronco de un árbol o contra las piedras, se entierran, otras ruedan hasta el río.

No hay comentarios: